Hoy, 23 de abril de 2016 celebramos el 400 aniversario de la muerte de uno de los más grandes escritores a nivel mundial, Miguel de Cervantes Saavedra
Cervantes, en la segunda parte de su obra estrella “El Quijote”, relata el encuentro de don Quijote y Sancho con unos peregrinos alemanes que pasaban por los territorios de los duques, siendo uno de los peregrinos su antiguo vecino Ricote.
A ciencia cierta, sabemos que estos territorios como la Ínsula de Barataria, coinciden con el municipio aragonés de Pedrola (Zaragoza), enclavado en el Camino Jacobeo del Ebro y por el cual, transitaron muchos peregrinos a lo largo de la historia yendo a Santiago de Compostela. ¿Quién sabe si esos peregrinos que pasaron por Pedrola y se encontraron con “el de la triste figura”, pasaron por Calahorra?
Desde la “Asociación de Peregrinos del Sr. Santiago de Galicia” de Calahorra os invitamos a leer este capítulo de “Don Quijote de la Mancha” con la seguridad que estamos poniendo en valor nuestro camino, El Camino Jacobeo del Ebro, y a nuestro autor más internacional, D. Miguel de Cervantes.
Feliz Camino y Feliz día del Libro.
CAPÍTULO LIIII
Que trata de cosas tocantes a esta historia, y no
a otra alguna
Que trata de cosas tocantes a esta historia, y no
a otra alguna
Resolviéronse el duque y la duquesa de que el desafío que don Quijote hizo a su vasallo por la causa ya referida pasase adelante; y puesto que el mozo estaba en Flandes1, adonde se había ido huyendo por no tener por suegra a doña Rodríguez, ordenaron de poner en su lugar a un lacayo gascón2, que se llamaba TosilosI, industriándole primero muy bien de todo lo que había de hacer3.
De allí a dos días dijo el duque a don Quijote como desde allí a cuatro vendría su contrario y se presentaría en el campo, armado como caballero, y sustentaría como la doncella mentía por mitad de la barba4, y aun por toda la barba entera, si se afirmaba que él le hubiese dado palabra de casamiento. Don Quijote recibió mucho gusto con las tales nuevas, y se prometió a sí mismo de hacer maravillas en el caso, y tuvo a gran ventura habérsele ofrecido ocasión donde aquellos señores pudiesen ver hasta dónde se estendía el valor de su poderoso brazo; y así, con alborozo y contento, esperaba los cuatro días, que se le iban haciendo, a la cuenta de su deseo, cuatrocientos siglos.
Dejémoslos pasar nosotros, como dejamos pasar otras cosas, y vamos a acompañar a Sancho que entre alegre y triste venía caminando sobre el rucio a buscar a su amo, cuya compañía le agradaba más que ser gobernador de todas las ínsulas del mundo.
Sucedió, pues, que no habiéndose alongado mucho de la ínsula del suII gobierno (que él nunca se puso a averiguar si era ínsula, ciudad, villa o lugar la que gobernaba) vio que por el camino por donde él iba venían seis peregrinos con sus bordones, de estos extranjeros que piden la limosna cantando5, los cuales en llegando a él se pusieron en ala6 y, levantandoIII las voces, todos juntos comenzaron a cantar en su lengua lo que Sancho no pudo entender, si no fue una palabra que claramente pronunciabaIV «limosna7», por donde entendió que era limosna la que en su canto pedían; y como él, según dice Cide Hamete, era caritativo además, sacó de sus alforjas medio pan y medio queso, de que venía proveído, y dióseloV, diciéndoles por señas que no tenía otra cosa que darles. Ellos lo recibieron de muy buena gana y dijeron:
—No entiendo —respondió Sancho— qué es lo que me pedís, buena gente.
Entonces uno de ellos sacó una bolsa del seno y mostrósela a Sancho, por donde entendió que le pedían dineros, y él, poniéndose el dedo pulgar en la garganta y estendiendo la mano arriba9, les dio a entender que no tenía ostugo de moneda10 y, picando al rucio, rompió por ellos11; y al pasar, habiéndole estado mirando uno dellos con mucha atención, arremetió a él y, echándole los brazos por la cintura, en voz altaVI y muy castellana dijo:
—¡Válame Dios! ¿Qué es lo que veo? ¿Es posible que tengo en mis brazos al mi caro amigo, al mi buen vecino Sancho Panza? Sí tengo, sin duda, porque yo ni duermo ni estoy ahora borracho.
Admiróse Sancho de verse nombrar por su nombre y de verse abrazar del extranjero peregrino, y después de haberle estado mirando, sin hablar palabra, con mucha atención, nunca pudoVII conocerle; pero, viendoVIII su suspensión el peregrino, le dijo:
—¿Cómo y es posible, Sancho Panza hermano, que no conoces a tu vecino Ricote el morisco, tendero de tu lugar12?
Entonces Sancho le miró con más atención y comenzó a rafigurarleIX, 13, y finalmente le vino a conocer de todo punto y, sin apearse del jumento, le echó los brazos al cuello y le dijo:
—¿Quién diablos te había de conocer, Ricote, en ese traje de moharracho que traes? Dime quién te ha hecho franchote14 y cómo tienes atrevimiento de volver a España, donde si te cogen y conocen tendrás harta mala ventura15.
—Si tú no me descubres, Sancho —respondió el peregrino—, seguro estoy que en este traje no habrá nadie que me conozca; y apartémonos del camino a aquella alameda que allí parece16, donde quieren comer y reposar mis compañeros, y allí comerás con ellos, que son muy apacible gente. Yo tendré lugar de contarte lo que me ha sucedido después que me partí de nuestro lugar, por obedecer el bando de Su Majestad, que con tanto rigor a los desdichados de mi nación amenazaba17, según oíste.
Hízolo así Sancho, y, hablando Ricote a los demás peregrinos, se apartaron a la alameda que se parecía, bien desviados del camino real. Arrojaron los bordones, quitáronse las mucetas o esclavinas y quedaron en pelota18, y todos ellos eran mozos y muy gentileshombres, excepto Ricote, que ya era hombre entrado en años. Todos traían alforjas, y todas, según pareció, venían bien proveídas, a lo menos de cosas incitativas y que llaman a la sed de dos leguas19. Tendiéronse en el suelo y, haciendo manteles de las yerbas, pusieron sobre ellas pan, sal, cuchillos, nueces, rajas de queso, huesos mondos de jamón, que si no se dejaban mascar, no defendían el serX, chupados20. Pusieron asimismo un manjar negro que dicen que se llama cavialXI, 21 y es hecho de huevos de pescados, gran despertador de la colambre22. No faltaron aceitunas, aunque secas y sin adobo alguno, pero sabrosas y entretenidas23. Pero lo que más campeó en el campo de aquel banquete fueron seis botas de vino, que cada uno sacó la suya de su alforja: hasta el buen Ricote, que se había transformado de morisco en alemán o en tudesco24, sacó la suya, que en grandeza podía competir con las cinco.
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